Escrita en exclusiva para esta web
El Lobo Fernando, acaso sin pretenderlo, representa el espíritu abierto, tolerante, luminoso, crítico y valiente de Cádiz. En otro tiempo y en otro lugar, hubiera sido Fernando lo que viene a ser: un Lobo sin tiempos muertos, creador necesitado y necesario de imágenes animadas y ritmos mundiales, melenudo sin precio, sintomático buscador de sensaciones imperecederas, un tipo diferente entre tanta gente impertinente. Un forever young intuitivo de la Bahía, un rabo de nube del cielo celeste, el próximo habitante del paraíso ahora, el jipi, jevi, folky, rocky y tranqui que jamás atribuló el silencio. No hay días cortos, ni largos, en la vida del juglar gaditano, que no gadita, que viene y va por el camino infinito. Va y viene el cantautor urgente, el poeta niño, el cómico tímido, el lector impenitente, el observador del futuro.
El aprendizaje
En la familia Lobo siempre se ha cantado mucho. Su tío Nacho Dueñas, cantautor. Su tío Fernando Polavieja, cantautor. Su abuela, que fue integrante de la coral universitaria, canta por siempre en la grabación oficial del himno del Cádiz, amarillo, submarino es. Y su hermano Lobo, Ignacio, su amigo de toda la vida, puede sentirse dichoso de haber creado a su misma vez, desde que ambos jugaban a ser chiquititos, el universo Lobo, una cosa intangible y enciclopédica de tardes eternas y asombrosa complicidad. En la casa de los Lobo vivían tan contentos buenos discos de 33 revoluciones digitales y buenos libros de autores y continentes dispares. Los días de instituto, Fernando comenzó a descubrir la poesía, comenzó a buscarse la ruina en condiciones, emprendió aventuras de escenarios inmensos y la historia de la geografía lo licenció de aquella manera, no sin antes mostrarle que lo importante no es el destino, sino cantar, rodar, amar, conjugar los verbos más traviesos y lindos al albedrío gratuito de su llevadera existencia de pasión y risa. Fernando siempre fue mayor, siempre fue pequeño, y siempre lo será, muy a pesar de la rutina tirana.
Primeros pasos
Fernando siempre fue un gran compañero de sus colegas y de sí mismo, personaje impar y a la par audaz y feroz agitador de las artes bonitas. Esta cultura inquieta e inabarcable se entiende sola. Lobo admira a trovadores, rockeros, cantaores, rumberos, copleros, bluseros, salseros y chirigoteros callejeros por igual. Convidado por otros músicos o en el seno de su primer grupo, Cara Oculta, partió Fernando sin remedio. Y de pronto, se quedó solo, cantautor perdido, y se dedicó a reclamar rimas contra el olvido. Hasta hoy. Dicen que Fernando participó de lleno en la llamada Nueva Canción Gaditana, rimbombante y fugaz movimiento que jamás existió, como casi todos los movimientos. Digamos que Fernando tomó las mejores olas de los noventa años del siglo pasado, creció al abrigo de la controlada explosión de cantautores hispanos, herederos de la generación que cantó al tiempo convulso de esta tierra. Ya saben: los estertores, el duelo al sol, la rabia, la esperanza, los rumores de libertad, la loca muerte de la primera, la segunda y la tercera transición.
Ahora…
Con los quinquenios -no muchos, los suficientes-, Fernando ha aprendido a desaprender, ha conocido de primera mano la acción y la reacción, ha podido calibrar el poder y el querer del instante compartido, ha sentido en sus carnes las consecuencias del arte accidental. Como buen artista gaditano, Fernando ya sabe de qué pie cojea el público, al menos sabe lo que el público no quiere, pongamos que sigue practicando la suerte del juglar funambulista que se juega la vida en cada número con la misma sensación de vértigo y cariño. Fernando intuye los entresijos de la expectación, los trucos de la noche, después de tantas noches a la guitarra cantante. Y viceversa.
Discos, complicidades,experiencias…
con ruibal shicaTres discos se asoman a la carrera libre del Lobo Fernando. Trilogía vital: “Vengo”, “Encrucijada” y “Para seguir”. Lo contrario de “me voy, me estoy yendo, me fui”, no sé si me explico. Nunca solitario, el Lobo ha grabado sus canciones con gente como El Kanka, Zahara, Pablo Guerrero, El Chipi de La Canalla, Antonio Toledo o el recordado poeta amigo, maestro del aerolito surrealista, Carlos Edmundo de Ory. Fernando ha compartido escenarios con Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Kiko Veneno, Javier Ruibal, Rozalén, Juan José Téllez, Quique González, Pedro Guerra, Los Delincuentes o Luis Pastor. No en vano, ha pisado tablas de digno abolengo, salas míticas madrileñas como Libertad 8 o Galileo Galilei, y tocado ciudades de aquí y de allá, de la Piel de Toro y de Marruecos, Inglaterra, Nicaragua e incluso Andorra. Sí, Andorra. El niño poeta ha publicado un libro de poemas, claro está, y la primera novela de humor y ciencia ficción gaditana. Ha colaborado en documentales como “Vivir en Gonzalo” y “Un poeta en medio de las olas”. Ha tocado la armónica a un montón de gente, con perdón, y hoy, como ayer, vuelve a empezar de cero. Las canciones redondas, los poemas lluviosos, las alegrías mutuas, los benditos errores, la belleza de la imperfección, los besos sueltos de la sumas de los días anuncian lo que queda por hacer (y no hacer). Solo y en compañía de otros. Hermano Lobo.
Enrique Alcina (escritor y periodista)